Cuando desde el comisariado de Navegalia se me pidió una pieza inédita yo ya llevaba cinco sobre la sobrecarga de responsabilidades de la mujer del siglo XXI encarnando mi personaje de la superheroína, con ello ironizaba sobre el síndrome de la Superwoman: un problema muy común en las mujeres actuales que sufren intentando cumplir las expectativas que sobre ellas depositan la sociedad y los medios. A la hembra se le exige ser perfecta a todos los niveles (eficiente, hermosa, templada, incansable, etc.) y se le suponen unas capacidades y resistencia sobrehumanos.
Para plasmar esa presión sobre el colectivo femenino empleé la figura cómica y reconocible en el ideario común: Superwoman, la superheroína por excelencia. La idea es que somos muchas, millones de supermujeres que cuidan, protegen, rinden, limpian, nutren, organizan la economía domestica y que tienen jornadas de 24 horas, aunque no las cobren… Y para hacer esta crítica social empleé de nuevo estrategias de contrapublicidad y parodié la cultura de la píldora importada de los USA que promete soluciones instantáneas a problemas profundos de salud física y/o mental.
En este caso se ofertaban dos complejos: el purgante para vomitar todo lo que no somos capaces de digerir y el energizante, lleno de sustancias legales que llevan al límite al cuerpo sólo para seguir dando una imagen de óptima eficacia.